Todavía con la música de Dani Mosca sonando en nuestra cabeza (aunque nunca la hayamos oído), resulta difícil bajarse de este coche fúnebre en el que David Trueba nos lleva a recorrer el agridulce camino de la nostalgia: el de la juventud perdida.

Trueba ofrece una novela tierna, que se lee casi como una canción y que cuando se acaban sus 400 cortas páginas nos deja el corazón un poco más caliente. Y lo hace con una prosa sencilla y fluida, muy coloquial, que no pretende impresionarnos sino cautivarnos. No duda en combinar los momentos de mayor dramatismo con efectivos toques de humor y entresaca esas frases familiares con las que hemos crecido varias generaciones.
El impredecible Gus, el tosco y fiel Animal, la delicada belleza de Kei, son personajes que nos enamoran porque son como nosotros. Aciertan y se equivocan. Se caen y se vuelven a levantar. Un grupo de jóvenes arrebatados por la fuerza imparable del sexo, drogas y rock&roll, que al final tendrán que pagar la cuenta.
El libro es también un cálido homenaje a ese padre con el que nunca acabamos de aprender bien a interpretar el papel de hijos que nos corresponde.Un papel en el que no es fácil dar la talla. Y no sé si como dice Dani Mosca/David Trueba la generosidad, la bondad, la prudencia,la independencia (... una lista que sería interminable) se hereda o no. Solo nos queda confiar en que por lo menos algo se contagie.
Publicado en La Voz de Galicia.
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