Canciones de amor a quemarropa es una de esas novelas que dejan una sensación de satisfacción cuando se cierran. Su ternura, su sinceridad, su prosa sencilla hablan directo al corazón del lector, que no puede más que rendirse ante esta historia de amistad y amor con la que Nikolas Butler nos conquista. Un libro que se lee con una sonrisa y se cierra con nostalgia, añorando ya ese universo que se construye a cinco voces: las de los cuatro amigos protagonistas y la chica a la que todos adoraban.
Una vuelta al hogar de la infancia donde todo permanece y todo cambia. Los amigos de siempre, ahora ya en la treintena, vuelven a cruzarse en la boda de uno de ellos para comprobar que la vida les ha pasado factura. El matrimonio, los hijos y la familia serán asuntos recurrentes a lo largo de todo el relato. Una visión de la tradicional América profunda.
Y la música, que lo inunda todo como una gran banda sonora. De hecho se ha dicho que uno de los protagonistas está inspirado en el compañero de colegio de Butler, el cantante Bon Iver. Las melodías se entreteje entre los paisajes típicos del medioeste americano. Un ritmo que marca el regreso de los que añoran la sweet home, pero también la fuga de los quieren huir. «Aquí escucho cosas, aquí el mundo tiene un latido distinto, el silencio suena como una cuerda que alguien hubiera rasgado millones de años atrás, música en los álamos y en los abetos y los robles, hasta en los campos y en el maíz que se seca al sol».
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